Hoy quiero escribir sobre la amistad, eso tan fuerte y
sólido, cómo frágil y efímero…
Durante muchos años he presumido de tener la amistad más
duradera y sólida que podía existir, pero me he dado cuenta de que en un 80%
eso ha sido gracias a mí.
Sí, lo sé, puede sonar poco modesto, pero así es.
Muchas veces nos agarramos tan fuerte a las cosas que cuando
las sueltas, te das cuenta de que tienes los brazos doloridos, te tiemblan por el
esfuerzo de sujetarte a ellas y te das cuenta de que esa no era la manera
correcta de mantenerlas.
Para mí la amistad está al mismo nivel que la familia,
exactamente al mismo nivel.
A los amigos los
elegimos y los queremos como hermanos, por lo menos yo, es así como lo siento y
es mejor que eso porque, en ellos, complementas eso que te falta a veces en tu
vida y que tu familia no te puede dar. En ellos confías, les cuentas cosas que
no contarías a un padre o a una madre o a un hermano (no nos engañemos, todos
lo hemos hecho), te emborrachas, haces cosas locas que no haces con una hermana
que sabes que no va a ver con buenos ojos, hay confidencias, secretos que
necesitas compartir y depositas en ellos, risas, cotilleos, lágrimas…
Cuando tienes una amistad desde pequeña, es mágica, la crees
tan real… quieres más con los años, compartes hijos, vivencias, excursiones
divertidas, risas, regañinas, complicidad…
Todo durante años es maravilloso, la distancia no importa
porque se perdona todo, aun cuando le dan a elegir entre una pareja y tú y
eligen a la pareja y te pasas años esperando a que eso termine porque sabes que
no puede acabar bien por el bien de tu amiga y ocurre y vuelves, tú, a retomar,
después de años y niños nacidos, una amistad que no se rompió porque la querías
de verdad y no hay rencores si no amor, cariño, apoyo y de nuevo risas,
confidencias, secretos, cotilleos, lágrimas…
Jamás imaginé que lo mismo pudiera volver a separarnos,
porque ha vuelto a ocurrir lo mismo y yo perdono, pero no olvido, porque, tal
vez haya agarrado muy fuerte esa amistad de nuevo y, sí, me duelen los brazos y
me tiemblan de agarrarla tan fuerte y tal vez no sea la forma más correcta de
mantenerla, pero lo hice por todos esos años y no me arrepiento, pero un “hasta
aquí hemos llegado” hizo que dejara libre todo lo que nos unió y dejé descansar
mis brazos, mi corazón y a mi misma porque dolía. Dolía mucho esperar a que
vinieras a verme, esperar a un “perdóname”, esperar a un “te quiero”.
Y la historia se repite y me conoces bien, tan bien que sabes
que me dolió y tan bien que sabes que nunca más volverá a ser.
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